Tradición vs contemporaneidad

«No hay padre sin hijo ni hijo sin padre aunque todos somos padre hijo, padres e hijos de nosotros mismos».
Como primera entrada al blog me gustaría compartir con todos-as este pequeño artículo que es un extracto de mi tesina de licenciatura: “Belleza y Fe en la obra musical de Olivier Messiaen. Una propuesta evangelizadora”. Es un tema sobre el que me gusta pensar mucho y sufrir no poco ante el posicionamiento de muchas personas sobre el eterno mareo de lo que es la tradición y que lo contemporáneo. Al final para no movernos de nuestras seguridades y sin poner nada en crisis. Tampoco para hacernos preguntas sobre lo que hemos recibido y damos por supuesto.
Algunas consideraciones a tener en cuenta. En primer lugar escribo esta introducción en cursiva para diferenciarla del texto original. En segundo lugar, he puesto una bibliografía básica al final que me parece interesante para profundizar, evitando las citas que resultan engorrosas de insertar en el Blog. A medida que vaya aprendiendo mejoraré el sistema. En tercer lugar siéntanse libres de responder bien en el blog, enviándome un correo o invitándome a un café para hablar del tema. En cuarto lugar hacer referencia que el trabajo de mi tesina es de carácter teológico. Por eso las referencias al respecto que no veo pertinente el por que quitarlas o no exponerlas.
ESPERO QUE LES GUSTE Y LES SIRVA.
Si hay dos términos, realidades, inercias, fuerzas que están en continua lucha son las que presentamos en este punto. Lo tradicional que se presenta como lo bueno, lo contemporáneo que se presenta como insuficiente, lo contemporáneo como novedad, la tradición como lo viejo y así en continua dialéctica. Nos proponemos, como siguiente paso, aproximarnos a estas dos realidades y tratar de proponer algunos elementos que iluminen nuestra situación actual. Todo ello visto desde la perspectiva que hemos trazado en este capítulo sobre la presencia del Espíritu Santo y algunos frutos que ofrecemos.
Se preguntan quizá algunos con sorpresa por que motivo…me he entregado yo a este género de escritura; máxime en estos tiempos en que, con la música haciéndose de forma casi arbitraria, los compositores temen vivamente, como si de la muerte se tratara, que les nombren leyes y escuela, pues no desean sentirse sujetos a preceptos ni doctrina alguna…no se han preocupado en lo más mínimo por encontrar un método fácil, con el que los aprendices pudieran ascender paso a paso, como por una escalera, y llegar a la conquista de este arte. Y no me alejarán de mi propósito ni los más broncos aborrecedores de la escuela ni la corruptela de los tiempos.
Escuchando o leyendo esta cita habría que ver cuantas personas la enmarcarían en la propia época que se escribió. Dando pistas podríamos igual acercarnos algo. Lo que si parece es que sea cuando sea, es de total actualidad en nuestros días. De hecho, muchos afirmarían que es una cita referida a nuestra época contemporánea. Pero me temo que no, es de otra época y en concreto de una que veneramos mucho artística y musicalmente. J. J. Fux (Fux, J. J. (1660-1741). Compositor, teórico de la música y pedagogo austriaco de la época barroca) comienza su tratado de música de esta manera en el año 1725.
Mucho nos tememos que en cada época podríamos encontrar testimonios parecidos a este que representan la lucha de lo antiguo con lo nuevo. Desde luego esto no es algo propio de nuestro tiempo. Hoy en día también existe esta división de bandos y hasta parece que la hemos inventado nosotros. Hacemos juicios casi hasta la aniquilación de cualquiera de ellas y pocas veces mostramos el más mínimo interés por integrarlas una en relación a la otra. O una, u otra.
Desde un perspectiva teológica sabemos que la tradición no se relaciona con lo anticuado o lo folklórico, sino con la transmisión de la revelación. En DV 8 se expresa esta fórmula: «La Iglesia en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que es y todo lo que cree». Desde aquí podemos afirmar que la tradición es portadora de valores esenciales, nucleares y no accesorios. Exige un compromiso de fidelidad pero también de parecer siempre nueva y significativa para cualquier época y cultura. La esencia del mensaje es siempre perenne, pero debe ser significativa para los hombre y mujeres de todos los tiempos. Son los contenidos salvíficos de la revelación de Dios a los hombres los que la Iglesia, anuncia, transmite y celebra. Es el contenido esencial de su Tradición que progresa bajo la guía y el impulso del Espíritu Santo que se materializa y se concreta en cada época.
Esta idea es aplicable a lo que llamamos tradición en otros ámbitos, artísticos, musicales, culturales etc. Tradición como portadora de unos valores esenciales que se manifiestan durante generaciones en la historia y en las culturas. Pero aquí aparece un gran problema: ¿Es la tradición, un cesto donde caben manifestaciones que no hacen honor a su esencia y hasta la oscurecen? ¿No confundimos muchas veces la tradición con lo tradicional o el costumbrismo? ¿No reducimos, en no pocas ocasiones, la tradición a «esto siempre se ha hecho así»? Nos parecen preguntas a reflexionar para encontrar algunas conexiones entre la relación de la tradición y lo contemporáneo.
En su ensayo, La deshumanización del arte, Ortega y Gasset hace un ejercicio de reflexión a gran altura, como no podía ser de otra manera, de estas relaciones entre ambas realidades. Contrariamente a lo que puede parecer, Ortega no carga contra el arte contemporáneo en el sentido que muchos entienden hoy cuando hablan sobre este tema. Frente a lo tradicional que es siempre bueno, está lo contemporáneo vacío de valores y perdido en estéticas oscuras. Él traza un camino de análisis que nos parece apropiado para el fondo de esta reflexión.
Ortega dice que el Romanticismo ha sido por excelencia el estilo popular, en cambio «el arte nuevo tiene a la masa en contra suya y la tendrá siempre, es impopular por esencia…Lo divide (al público) en dos porciones: una, mínima, formada por reducido número de personas que le son favorables; otra, mayoritaria, que le es hostil».
Propone Ortega que para la gente, el gozo estético se produce cuando la obra conecta con sus sentimientos más humanos, amores, odios, alegrías, penas que conmueven su corazón. Trata de ver, escuchar, experimentar, percibir en la obra un espejo de su vida y su realidad. Pone el ejemplo de la visión de un jardín a través de un vidrio. La mayoría de las personas dirigirían su mirada al jardín y a sus flores sin reparar que en medio, casi invisible cuanto más puro sea está el vidrio. Si fijamos nuestra mirada en el vidrio, se produce un desenfoque del jardín, que sigue estando ahí, pero al cambiar la intención de nuestra mirada, cambia el enfoque. «Del mismo modo, quien en la obra de arte busca conmoverse con los destinos de Juan y María o de Tristán e Iseo, y a ellos acomoda su percepción espiritual, no verá la obra de arte». La intención del autor no es, según él, denigrar el arte anterior ni ensalzar esta nueva manera de arte, se limita a filiarlas. El arte nuevo «lejos de ser un capricho significa su sentir el resultado inevitable y fecundo de toda la evolución artística interior. Lo caprichoso, lo arbitrario y, en consecuencia, estéril, es resistirse a este nuevo estilo y obstinarse en la reclusión, dentro de formas ya arcaicas, exhaustivas y periclitadas». Y concluye: «En arte, como en moral, no depende el deber de nuestro arbitrio, hay que aceptar el imperativo de trabajo que la época nos impone. Esta docilidad a la orden del tiempo es la única probabilidad de acertar que el individuo tiene. Aún así, tal vez no consiga nada; pero es mucho más seguro su fracaso si se obstina en componer una ópera wagneriana más o una novela naturalista».
Para Ortega y Gasset, una de las características importantes del arte nuevo es, por tanto, la deshumanización del arte, no en el sentido de convertirlo en un arte inhumano, sino en despojarlo de esa idea romántica, naturalista y figurativa. El artista ahora no fija su mirada en el jardín, la fija en el vidrio. «Lograr construir algo que no sea copia de lo natural y que, sin embargo, posea alguna sustancialidad, implica el don más sublime».
Otro punto de vista que nos interesa traer a colación con respecto al punto que nos ocupa, es el del gran pintor Wassily Kandinsky recogido en su libro: De lo espiritual en el arte. El prólogo del libro comienza con un texto que nos parece importante citar para aclarar conceptos que requieran muchas palabras:
Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de la veces, madre de nuestros propios sentimientos. Igualmente, cada periodo cultural produce un arte que le es propio y que no puede repetirse. Pretender revivir principios artísticos del pasado puede dar como resultado, en el mejor de los casos, obras de arte que sean como un niño muerto antes de nacer. Por ejemplo, es totalmente imposible sentir y vivir interiormente como lo hacían los antiguos griegos. Los intentos por reactualizar los principios griegos de la escultura, únicamente darán como fruto formas semejantes a las griegas, pero la obra estará muerta eternamente. Una reproducción tal es igual a las imitaciones de un mono.
Es para nosotros importante relacionar la tradición y la modernidad o contemporaneidad dentro de un mismo hilo conductor. El antes y el ahora se relacionan y se relanzan al futuro donde siempre habrá antes y el ahora de cada época. En toda esta relación que perdura, y esta parece que perdurará hasta el fin de los tiempos, se hace necesaria una vuelta a lo esencial, a lo nuclear. Una tradición ligera de cargas pesadas de costumbres, que lleva en sí misma el corazón de las cosas, la razón de ser de la grandeza de la historia de la humanidad, con sus luces y sus sombras. Por otro lado, lo contemporáneo, que la rejuvenece y se enriquece de lo mejor que nos han dejado nuestros antepasados, pero que se manifiesta en nuevas formas y lenguajes, que impregnados de lo genuino que heredamos de la tradición es capaz de hacer siempre nuevas, las claves de la salvación y el camino de libertad y justicia que debe dominar cada vez más nuestro mundo, el presente y el futuro. La tradición aporta siempre sabiduría y contenido a la modernidad, la modernidad aporta esperanza y rejuvenecimiento a la tradición.
De nuevo, hacemos notar el valor y la actualidad de Olivier Messiaen. En su obra descubrimos los elementos esenciales de nuestra reflexión. Él, compositor clásico, heredero de una gran tradición musical y artística, supo aunar estos dos polos. Con su obra cobra valor la tradición que recibe pero de igual modo la actualiza y la proyecta al futuro en su esencia pero enriquecida por nuevos elementos propios de su intuición y del olfato para escuchar elementos de verdad, bondad y belleza, propios de su tiempo. Esto no desde un pedestal o desde la lejanía que a veces proyectan los artistas, sino desde situaciones vitales difíciles. Desde ahí, desde su trabajo y entrega supo escuchar y plasmar esa novedad siempre creadora del Espíritu Santo.
Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son la más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión. Poca cosa es la vida si no piafa en ella un afán formidable de ampliar sus fronteras. Se vive en la proporción en que se ansía vivir más. Toda obstinación de mantenernos dentro nuestro horizonte habitual significa debilidad, decadencia de las energías vitales. El horizonte es una línea biológica, un órgano viviente de nuestro ser, mientras gozamos de plenitud el horizonte emigra, se dilata, ondula elástico casi al compás de nuestra respiración. En cambio, cuando el horizonte se fija es que se ha anquilosado y que nosotros ingresamos en la vejez. (Ortega y Gasset)
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA
- Cage, J., Silencio, Ediciones Ardora, Madrid, 2007, p. 280.
- Fux, J. J., Gradus ad Parnassum, Manual reglado de composición musical. Traducudo por José F. Ortega. Ed. Universidad de Granada, Universidad de Murcia 2010.
- Ortega y Gasset, J., La deshumanización del arte, Ed. Castalia, Madrid 2009.
En este ensayo de 1925, *Ortega hace referencia al nuevo arte que surge después de la Primera Guerra Mundial.
- Kandinsky, W., De lo espiritual en el arte, Premia Editora S.A. Puebla 19895.
***Carlos Costa Padrón: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.